El dentista nos da mucho más que quitarnos un dolor de dientes y muelas.
Durante los diez años que viví en el centro de la Ciudad de México, compraba conservas en lata de una afamada tienda de abarrotes. Ahí, el empleado que nos atendía discretamente solía agachar la cabeza y se tapaba la boca cuando hablaba. Yo pensaba que era tímido o taciturno. Cambié de domicilio y dejé de ir al centro.
Varios años después, fui al centro para un asunto y aproveché para ir a comprar algunas cosas a la tienda de mis recuerdos, llevándome la sorpresa de que el “empleado tímido” era ahora el jefe de la tienda. Lo vi sonriente, hablando con soltura, erguido y mirando de frente y exitoso. Al preguntarle qué había hecho para cambiar de manera tan favorable, me dijo: “Pude ir al dentista y eso me cambió la vida”. En ese momento caí en cuenta de que su dentista no sólo le arregló los dientes, sino también su autoestima y seguridad. Mejoró sus ventas, fue promovido a un puesto de mayor responsabilidad obteniendo más ganancias y se ganó el respeto de su círculo social.
El dentista merece respeto y admiración, aunque no nos guste ir, definitivamente influye en cómo nos sentimos con nosotros mismos después de un tratamiento. En muchos casos, es una cadena de eventos que arregla la vida de muchas personas.
G.K.